martes, 20 de octubre de 2009

DÉJAME AYUDARTE por SOLANCH CASTILLO

Había regresado de Madrid la noche anterior y ya sabía lo que me esperaba una vez mas.
Cuando a la mañana siguiente vi aparecer a mi papá, supe de inmediato lo que iba a decirme.
-Buenos días Annie ¿Cómo estás? Me gustaría hablarte.
Mamá revoloteaba por allí. Al lado, la tienda de ultramarinos. Era todo lo que yo suponía que poseían mis padres. Pero no me importaba, los adoraba. También Oscar metía cajas y sacaba otras. Los clientes salían y entraban.
Papá me sujetó la mano y me llevó hacia una salita junto al comedor. Por allí andaba mamá, como si no oyera, pero yo sabía que pensaba igual que papá.
-Vamos a ver, Annie, vamos a ver. A ver si esta vez entiendes.
Yo entendía perfectamente lo que papá decía, pero no estaba de acuerdo con él y eso papá tenía que comprenderlo. Tenía relaciones con Juan desde hacía tres años, además antes de volver a la villa, había hecho algo muy censurable…sobre todo para mis padres, tan chapados a la antigua. Los dos eran bastante retrógrados, pero muy nobles, y aunque sabía que me decían las mil verdades, no me daba la gana de aceptarlas.
-Vamos a ver, Annie, has estudiado 12 años aquí en la villa y otros seis en Madrid. Tienes dos carreras, pero el hecho de que sigas con Juan, un vago empedernido, que empezó varias carreras y no terminó ninguna, no lo entiendo. Juan sale por la televisión y trata de ganarse el dinero haciendo lo menos posible…
-Papá, tú me quieres, me quieren los dos y no tienen más hijas que yo. Espero que entiendan que yo quiero a Juan.
-Nunca te hará feliz, querida Annie, su padre es un abogado de mala muerte, está liado a una señora que, según se dice en la villa, no es muy decente.
-Lo siento papá.
En ese momento, mamá inició el ataque con mucha seriedad.
-Tu padre te está diciendo la verdad, te está dando un buen consejo. Deja ya a ese muchacho.
A quien dejé fue a mis padres discutiendo uno con el otro. Subí a mi cuarto. Teníamos una casa solariega que papá iba renovando año tras año. Villa sol, mi ciudad, era un lugar precioso. Poseía unas avenidas con palmeras, y unos parques impecables y limpios. Además, teníamos lo más maravilloso que ha hecho la naturaleza: el mar. Era un puerto de pescadores y, según yo sabía, papá y mi amigo Oscar poseía un pequeño yate que ambos compartían. En el verano al villa se llenaba de turistas, yo a veces pensaba que había demasiada gente.
Y ahora voy a empezar cronológicamente a poner en orden este relato. Me gusta la literatura, aunque nunca seré escritora. Me paree muy difícil escribir un libro y que de eso puedes vivir, sin embargo, el pensar en dedicarme a la tienda de comestibles de mi familia me daba risa. ¿Para qué había estudiado dos carreras?
Pero, en fin, yo estaba allí. Había vuelto a Villasol, me gustaba mi ciudad, muchísimo, había gozado en ella siendo una jovencita y allí estaba, a los 24 años, con un gran problema. Pero este era tan mío, que tenía que hablar con Juan para resolverlo.
A punto estaba de contárselo a Oscar, el protegido de mis padres. Cuando tenía 8 años, su madre, que trabajaba en mi casa, falleció después de una penosa y larga enfermedad. Mi madre la cuidó y Oscar fue quedándose en la familia. Actualmente, por las noches, desaparecía y papá solía decirme:
-Ya se fue Oscar. Ese sí que vale.
-¿Qué hace por las noches?-preguntó un día con curiosidad.
Y mamá contestó:
-Estudia. Termina una de las carreras que tienes tú: Economía.
-¡Caray! Eso tiene mucho merito, trabajar todo el día y estudiar por la noche…
Pero rápidamente mi mente se iba a otra cosa. Al día siguiente, llegaba Juan y mi problema tenía que solucionarse. Llevaba tres semanas con retraso y eso indicaba algo muy grave. Si a mis padres no les gustaba Juan, ¿Qué harían cuando supieran lo que estaba ocurriendo? Yo me llevaba las manos a la cabeza solo de pensarlo…
Juan llegó a buscarme al día siguiente. Había llegado en el tren de mediodía.
Nada más verme, me dijo:
-Estás crispada, ¿Qué te pasa? Tu padre otra vez, ¿verdad?
-¿Y te asombra Juan?
Porque una cosa era responderle a mi padre y otra entender que tenía toda la razón. Pero ahora era ya demasiado tarde.
-No tiene por qué hablarte mal de mí -me dijo-. Nosotros podemos casarnos, tú trabajas en la tienda y yo sigo buscando el sustento como pueda.
-Durmiendo todas las mañanas.
-Tampoco es un pecado dormir.
-Juan… -dije muy seria y recuerdo que me hallaba en el muelle del recreo-. Tengo que comunicarte algo.
-¿Es grave?- preguntó.
Lo mire. Era atractivo, muy atractivo. Las chicas se lo rifaban. Yo sabía que me envidiaban, pero salvo su atractivo, Juan carecía de todo lo demás. Vago, mal estudiante, irresponsable…
-¿Qué pasa? Pones una cara muy rara, ¿Qué te pasa Annie?
-Algo muy desagradable.
-Pero ¿qué es? Habla claro.
-¿Cuántas veces hicimos el amor?
-No sé. Quizás tres.
-Pues una de ellas surtió efecto…Juan dio un salto.
-¿Qué dices?
-Lo que estás oyendo. Tenemos que casarnos de inmediato.
-¡Oh, no! Tan pronto no, Annie. Con una tienda de comestibles que tienen tus padres, ¿vamos a mantenernos los dos? Imposible. Además, no quiero pelearme con tu padre. Verás, ayer hice de comparsa en un programa y me pagaron. Tengo el dinero para que termines ya el embarazo.
-No voy a abortar…
-¿Vas a tener el hijo?
-Pues sí.
-Me parece que te equivocas, Annie y conmigo más. Yo, ni me quiero casar tan pronto, ni voy a ser padre de nadie.
-Pero, Juan llevamos tres años.
-Como si lleváramos 13. Si no quieres abortar, conmigo no cuentes.
-¿Qué dices?
-Lo que estás oyendo. Y además me voy ahora mismo, Annie
Y lo vi alejarse, tranquilamente, con las manos en los bolsillos muelle abajo. Yo me quedé pegada al muro.los ojos se me llenaron de lágrimas… ¿estaba yo enamorada de ese hombre? No.
Pero el problema lo tenía yo y Juan, por lo visto, se lavaba las manos. Tenía razón mi padre, era un vagabundo.
Supe esa noche que Juan había vuelto a Madrid.
Yo no podía con mi alma… decirle a mi padre que estaba embarazada, era como morirme. El dolor de mi madre no iba a resistirlo.
Aquella noche, no cené, no tenía apetito. Oscar me miraba fijamente. Para mí era un hermano. Lo quería una barbaridad y siempre demostró quererme. Me había llevado al colegio, luego iba en moto a buscarme, siempre atento. Para mí, era como un pañuelo de lágrimas y confidencias.
Ayudé a mamá a recoger la mesa. Oscar hablaba con papá sobre algo muy importante para ellos, por lo visto, pero cuando mis padres se retiraron volví a aparecer por la terraza y vi la chispa del cigarrillo de Oscar. No era tan atractivo como Juan, pero era serio, moreno, de ojos azules. Interesante… Tenía 7 años cuando yo nací, y es que desde que tengo uso de razón lo vi en mi casa.
-¿Qué pasa Annie?
-Estás ahí Oscar
-Sí, me gusta tomar el fresco, este clima, siempre igual, es un poco pesado.
-Papá me dijo que estudiabas.
-Estoy haciendo el último año –dijo Oscar acercándose-. Me convertiré en el administrador de tu padre.
-Pero con una pequeña tienda de comestibles, ¿Qué vas a administrar?
-Bueno, olvídate de eso. Cuéntame, ¿Qué te ocurre? Porque tienes una cara… la expresión te delata.
Tenía que contárselo. Era mi desahogo, además, con todos aquellos años, sabía lo noble que era Oscar, lo digno y trabajador; igual cargaba un camión que sumaba la factura del proveedor; siempre lo vi en mi casa, amable y respetuoso.
Aquella noche, estábamos solos en la terraza e inclinó la cabeza para mirarme.
-Es serio lo que te ocurre, ¿verdad?
-¿Has visto a Juan?
-Si, cuando yo regresaba de la facultad, el se hallaba en la estación esperando el tren de las siete que va a Madrid.
-Se va.
-¿Ocurre algo, Annie?
-Sí, algo terrible.
-Cuéntame
-No sé si debo, pero a alguien le tengo que decir lo que me ocurre, porque si no, me moriré de angustia.
¡Annie! ¿De qué se trata?
Lo miré. Oscar estaba allí y yo sabía que haría por mí lo más difícil del mundo si se lo pidiera.
-Debes contarme lo que te ocurre, Annie. ¿Tiene relación con la marcha de Juan?
-Juan no va a volver.
-¿Que no va a volver? ¿Terminaron?
-No sé, pero no volverá…
-Ese es el Juan que yo no conocía.
Sabía de sobra que Oscar siempre me ha querido, no sé si con afecto o con amor, pero siempre ha estado pendiente de mí. Yo en aquel momento, en la oscuridad, iluminada apenas por la luz del farol, le dije:
-Estoy embarazada Oscar.
-¿Cómo?
-Eso, que estoy embarazada.
-¿De Juan?
-¿De quién quieres que sea?
-Voy a buscarlo…
-No, quédate ahí.
-Mañana si quieres hablaremos – y me apretó mucho la mano. Claro que me amaba.
Me fui a la cama casi corriendo, evitando que Oscar me siguiera, y no lo hizo, pero al día siguiente, cuando me levanté, mi padre había ido al banco y mi madre despachaba en la tienda. Oscar estaba ahí y, al verme, vino rápido hacia mí. Vestía un mono blanco con el logotipo en el bolsillo en el bolsillo que decía: “R.S.” Roberto Solares, el nombre de mi padre. Me preguntaba por qué usaría aquellos monos para una tienda de comestibles…
Había escuchado que estaban a punto de abrir un centro comercial, el primero que iba a surgir en nuestra pequeña villa. Ya había gente dentro de los almacenes, colocando los comestibles, la ferretería, el vino… El día que estrenasen el centro comercial, la tienda de papá se iría definitivamente al traste.
Como digo, Oscar se acercó.
-Estuve pensando toda la noche en lo que me dijiste. Hay que arreglar eso, y de forma que tus padres no se enteren.
¿Y cómo va a ser eso? ¿Es que tú también me vas a mandar a abortar?
-No. Jamás haría eso. El niño tiene que nacer. Te ofrezco mi ayuda.
-¿Y cómo Oscar?
-Mira es muy fácil. Casándonos…
-¿Tú y yo?
-Sí. A tu padre eso no le disgustaría. Tu padre necesita ayuda y yo estoy aquí para dársela, igual que él me ayudó en su momento. Nos casaremos y después de un tiempo, cuando tengas a tu hijo, nos divorciaremos, ¿por qué no? La gente lo hace.
-Déjame pensarlo.
-Piénsalo pronto, esas cosas no se pueden dejar. Se notan enseguida.
-Gracias por su ofrecimiento.
-No tienes nada que pensar. Esta noche se lo diremos a tu padre y le pediremos que no invite a nadie, que nosotros vamos a casarnos discretamente.
-¿Y si vuelve Juan?
-Estos asuntos querida Annie son muy graves, y cuando uno se escapa, escapa de verdad. Además, Juan es un cobarde, en eso tiene razón tu padre. Si estás enamorada de él, que m parece imposible, ve olvidándolo. Yo te ofrezco mi ayuda desinteresada, aquí me tienes para lo que gustes.
Lo pensé ese mismo día. ¿Por qué no? Oscar era un hombre bueno. Estaba enamorado de mí, siempre lo presentí, y decirles eso a mis padres sería tanto como ganar el cielo. Adoraban a Oscar y Oscar a ellos. Yo lo conocía menos porque había pasado en Madrid toda mi juventud, tal vez por eso había cometido el desliz con Juan. Me lo había pedido tanto y de forma tan insistente… ¡Dios mío! Parecía mentira que hubiera caído de ese modo.
Pasé toda la noche despierta, pensando qué ocurrirá después de casados. Tendría que hacer el amor con Oscar. Me daba apuro hablar del asunto y no hablé. Solo llamé a mi padre al living y se lo dije.
Mi padre se quedó mirándome fijamente ¿Estaría adivinando lo que ocurría?
-De modo que dejaste a Juan…
-No, papá, me dejó él a mí.
Mejor. Y te casas con Oscar. Oye, ¿cuándo te diste cuenta de que te amaba?
-Ah, también tú lo sabías.
-Nadie lo ignora. Ha estado enamorado de ti siempre.
-Pues ya sabes, nos casaremos.
Mi padre pudo hacerme muchas preguntas, pero guardó silencio. Era muy inteligente, y yo sospechaba que tenía más dinero de lo que yo pensaba, pero en ese momento lo que menos importaba era el dinero.
Mamá, al enterarse, me abrazó fuertemente y me besó muchas veces. Oscar te hará feliz.
Lo preparó todo y aceptaron ambos no invitar a nadie a la boda, y eso que conocían a toda la villa, porque eran comerciantes.
Esa noche a la hora de cena, le dije a mi padre con cierta preocupación:
-Ustedes venden mucho, pero cuando abran el centro comercial, que es inmenso va a acabarlos.
-Bueno, qué le vamos a hacer querida. Tú te casas el sábado y el domingo se inaugura el nuevo centro comercial. No estarás aquí, pero no tardarán en volver, porque necesito a Oscar y a ti también te necesitaré.
-Papá, ¿qué puedo hacer yo?
-Ya te lo diré al regreso.
Y me besó la mano reverenciosa, con aquel aire tan gallardo de papá. Eran jóvenes aún, les quedaba mucho por delante si Dios les daba salud.
Me casé con Oscar, y nos fuimos de viaje en el auto de papá. Era casi nuevo, lo había comprado recientemente.
Le dije a Oscar, que conducía:
-Es muy caro este auto para papá.
-No te preocupes. El tiene dinero.
-¿Lo tiene?
-Sí –dijo Oscar con firmeza- , lo tiene él y lo tengo yo. Jugamos en la bolsa, y yo aprendí mucho de ese tema. Suelo levantarme y nada más hacerlo me voy a la computadora a comprar y vender acciones.
-Tú eres el consejero de papá.
-Bueno, sé algo más que él de eso, pero ahora ya no jugamos como antes.
-¿Es que ya son ricos?
-Tenemos bastante dinero, y te diré algo que no sabes… Has hablado varias veces del centro comercial de Villasol. Los dueños son tus padres y yo también tengo acciones en el negocio.
Me quedé mirándolo. Quise saber más, pero Oscar detuvo el auto ante un hotel y me ayudó a descender.
Oscar tenía reservación y nada más llegar, nos dieron las llaves de la habitación. Iba mucha gente en el ascensor, era un hotel de lujo, de esos que se llenan todo el año.
En la sexta planta, el ascensor se detuvo y salimos los dos. Se acercaba la hora y no sabía qué hacer, ni qué decir… Así que, del brazo de Oscar, entré en el cuarto. Se encendió la luz. Era una suite.
-Descansa y respira, Annie. Me voy al cuarto contiguo…
-No. Oscar, tú te quedas conmigo.
-Pero estás loca, yo no me casé para dormir contigo. Solo lo hice para ayudarte y ser el padre de tu hijo.
No. Oscar, no. Yo sé que tú me amas y yo te quiero muchísimo. Es cierto que no te deseo, pero de todos modos, quiero que duermas a mi lado.
No, Annie. Yo estaré enamorado de ti como tú dices, pero mientras no me digas que me amas, no hay nada que hacer.
-Pero, Oscar
-Que no, Annie, que no. Mi amor es generoso, no egoísta.
Dicho esto, se fue.
Me desnudé y me di una ducha. Me sentó bien. Intenté secarme el pelo, pero se me había olvidado el secador. De todas formas, mi pelo no era largo.
Me puse el pijama. Enseguida entró Oscar en la habitación. Vestía pijama y batín, y calzaba chinelas. Me hizo recordar la casa donde vivíamos ambos. Veía muchas veces a Oscar salir así del baño, oliendo a buena loción. Me olió igual en aquel momento.
-Bueno, Annie, o mejor de todo es que nos acostemos, tú aquí y yo en mi cama.
-Quería empezar de otra manera…
-Querías, pero no puede ser. El día que tú me ames yo lo sabré, ¿y sabes por qué? Porque un hombre enamorado sabe cuando una mujer lo ama. Yo no sería capaz, ni mi conciencia me lo permitiría, acostarme contigo y hacer el amor sabiendo que solo me aceptas por agradecimiento… Ahora solo te quiero decir buenas noches.
-¿Ni siquiera un beso?
-No, si toco tu piel tendré que besarte en la boca, y no quiero.
Así, pidiéndole yo amor y negándose él, hicimos el viaje de novios.
Hablamos mucho del supermercado, papá nos llamaba por el celular y nos decía que todo marchaba divinamente. Habían cerrado la tienda y habían pasado todo al nuevo centro comercial.
-Nunca pensé- le dije a Oscar la víspera de regreso- que iba a ocurrirme todo esto ni que papá tuviera todo ese dinero para construir un nuevo centro comercial.
-Pues ya ves. El mejor de la comarca. Tu padre, además, no solicitó ni un centavo de préstamo. Es una gran extensión que le pertenecía, fue comprando parcela por parcela, y cuando tuvo todo el terreno, inició las obras.
-Si Juan supiera eso... en cuanto sepa que el cenro comercial es de papá, volverá, te lo aseguro, Oscar.
-Por esa razón, tu padre no te lo contó, porque desconfiaba de las intenciones de Juan, y tú querías continuar con él.
Pero ocurrió que la víspera de volver, me sentí mal. Oscar llamó al médico del hotel y este, después de estar un rato conmigo, revisándome, nos dijo:
-Lo siento. Ha perdido el bebé que esperaba. Lo siento mucho.
-Yo casi no le entendí, pero Oscar, sí.
-¿Y qué pasará ahora?
-Nada. Nada. Todo está bien. Ha sido un aborto espontáneo, lo siento por ustedes, pero ya tendrán otro hijo.
Así de simple.
Suspendimos el viaje de egreso y cuando me recuperé, exclamó:
-Bueno, ¿y ahora qué hacemos, Annie? ¿Nos divorciamos?
-¡Oh no! Contigo estoy a gusto. Nada me incomoda. Siento tranquilidad. No, Oscar, esperaremos un tiempo.
-¿Esperar qué?
-A que no seas tan terco y orgulloso y me hagas el amor.
-¿Tú lo deseas, Annie?
No podía engañarlo y se lo dije:
-No, no te deseo todavía. Me da gusto estar contigo y eso es mucho. Estoy tranquila, sosegada, con Juan siempre estaba ansiosa, temiendo que sucediera algo. Yo n soy de esas que buscan protección en os hombres, pero me da gusto estar contigo, me da gusto como me proteges y me ayudas, y me hago la ilusión de que soy débil y necesito tu protección.
-Pero eres demasiado inteligente para engañarte a ti misma, querida.
-Bueno yo lo que te digo es que siento un deseo enorme de estar contigo, me gusta estar a tu lado, me gusta que me hables y me cuentes cosas, y me gusta contarlas yo.
Así regresamos a la villa. Yo me asía de la braza de Oscar y me inclinaba hacia su hombro. Parecíamos la pareja más enamorada del mundo.
Al vernos, mis padres nos abrazaron, y Oscar y yo nos encontramos en los brazos de los dos y sonreímos. En realidad, ambos estábamos contentos.
Viví como en el aire. Nunca le mentí a Oscar, a su lado estaba encantada de la vida. Yo sabía que aquello podía prolongarse demasiado, pero quería amar a Oscar. Aún no lo deseaba, pero sabía que algún día eso pasaría, porque cuando Oscar me tocaba, aunque fuera sin querer, sentía unas maripositas que revoloteaban en mi pecho.
Cuando llegué a casa, papá me dijo:
-Ya lo sabes todo, ¿verdad?
-Sí, me lo dijo Oscar.
-Estoy encantado de la vida. Era necesario para la villa. Los turistas que están llegando llenan el centro comercial, a veces no se puede ni caminar. Los necesito tanto y, como van a vivir con nosotros, todo será más fácil. Necesito verlos en el despacho. Hay mucho dinero envuelto en esto, y hay que saber de dónde viene y a dónde va.
Esa misma noche, tuvimos que entrar en el cuarto que habían preparado para nosotros. Había una ancha cama y un sofá. Un sillón, un armario, dos mesitas de noche y una luz tenue, además de otra muy brillante.
-Bueno, ¿y ahora qué? – dije yo.
-No sé. Dormiré en el sofá.
-Oye, Annie, yo no soy ningún héroe, ¿eh? Soy un hombre a secas. Si te toco, estamos perdidos…
-Bueno, algún día tendrá que ser.
-No, así no quiero que sea. Cuando sea, tendrás que pedírmelo tú.
-Escucha, Oscar, ya no tengo un hijo, ya no estoy embarazada, soy tu mujer y no quiero divorciarme de ti.
-Juan aparecerá…
-Ya lo sé. Pero también sé o que tengo que decirle. A estas horas ya Juan sabrá que nos hemos casado. Estoy segura de eso.
-Ya, pero vendrá a reclamar a su hijo. Y lo hará a gritos, para que todos se enteren, y yo tendré que romperle la cara.
-Tú no tienes nada que hacer en este asunto. Soy lo bastante independiente para saber lo que tengo que decir.
-Vale. Pues dada la situación, dormiré en el sofá.
Tomó una sabana y se retiró al sofá. Me incliné hacia él y le dije:
-Mañana la doncella sabrá que hemos dormido separados.
-Yo madrugo muchísimo y me voy a hacer ejercicio. Después, desayuno y me voy al despacho. No tienen que enterarse…
-Pues yo te acompañaré.
-¿Qué dices, mujer?
- Quiero ir contigo a hacer ejercicio.
Y él se me quedó mirando como diciendo: “¿Qué tramará?”.
A la mañana siguiente, lo reté.
-¿A que no haces una cosa?
-¿Qué cosa?
-Besarme.
-¿Qué dices?
-Pues eso, que me beses.
-¿Te han besado muchos hombres?
-No. Solo Juan.
-¿Y qué tal?
-Mira, Oscar, ni me emocionó hacer el amor con él, ni me dolió mucho que me dejara cuando le conté de mi embarazo.
-Entonces te besaré.
Me tomó por la cintura inesperadamente, yo eché la cabeza hacia atrás y él se acercó mucho a mí. Me besó en los labios con la boca abierta y me besó de tal modo que me quedé casi sin respiración.
Bruto – le dije.
-¿Lo ves?
-Pero me gustó – le dije al rato.
-Ya lo sé. Respondiste a mi beso.
Y con las mismas, como ya estaba vestido, se fue y me dejó sola. No me esperó para que lo acompañara a hacer ejercicio.
Me lo dijo mamá. Ya ella se iba tarde para ayudar a mi papá. Estaba en la casa familiar, por fin, descansada, pues había trabajado mucho en su vida.
-Oye –me dijo cuando bajé-, óscar acaba de salir….y Juan te está esperando.
-¿De verdad?
-Sí, sabrás enfrentarlo, ¿verdad?
-Claro mamá. Con Oscar soy feliz. Es un hombre encantador.
- A ver si pronto nos dan un nieto.
-Enseguida mamá.
Y me fui al living, pero no estaba allí. Claro, allí estaba cuando Oscar no era mi marido, pero ahora mamá lo había llevado al salón. El ventanal estaba abierto y lo cerré.
-Tienes mucho frío.
-No tengo ningún frío, Juan. Lo que quiero es que no se oiga lo que voy a decir. Sabes que estoy casada...
-Claro que lo sé, van a robarme a mi hijo, ¿no es eso?
-No hay ningún hijo.
-O sea, fuiste a Londres.
-No, fue un aborto natural. Y creo que si eso sucedió, fue lo mejor para todos.
Bueno, vengo a pedirte que te separes de Oscar y te cases conmigo.
Ahora ¿eh? ¿Ahora que sabes que mis padres tienen mucho dinero? Estoy casada y no me voy a separar de Oscar.
-Te casaste para tapar tu falta.
-Y la tuya, ¿verdad?
-Bueno, qué más da, el caso es que vengo a reclamar a mi hijo.
-Pues no tienes nada que reclamar. El hijo ya no existe. Lo perdí y ya.
-Claro, haciendo el amor con Oscar.
-Mira, Juan, no tengo que darte explicaciones. Te largas y en paz. Búscate a otra, y fíjate a quién buscas, a mí me dejaste colgada, con un embarazo e ignorando que yo era millonaria. Ahora vuelves y reclamas un hijo que ya no existe… soy feliz con Oscar y éste te vio entrar. Si retrocede y nota que no te vas enseguida y que no entiendes lo que te digo, te dará una paliza, y está muy fuerte, te lo aseguro.
-Si no accedes a lo que te pido, le diré a todo el mundo que estabas embarazada de mí y cubriste la falta con el hijo adoptivo de tu familia.
-¿Y después? –Preguntó Oscar que entraba en ese momento- ¿Qué dirás después, Juan?
Ah, estás ahí… lo que pretendo es que se divorcie de ti.
Oscar agarró a Juan por las solapas y lo miró muy de cerca.
-Si vuelves a molestar a Annie, te romperé la cara, ¿te parece bien? Y no hay necesidad de que salgas por la puerta. Te tiraré por el ventanal.
-¡Pero, hombre!
Y de un empellón lo lanzó al jardín, y Oscar fue detrás.
Annie reía mirándolos desde el salón.
-Si vuelves por aquí, te romperé la cara, de modo que piénsalo bien antes de tocar el timbre – le dijo Oscar.
-Eres una bestia.
Pues ya sabes con lo que te vas a encontrar si vuelves.
Juan se fue humillado.
Oscar se restregó las manos.
-Bueno, ¿qué? Te llevo en moto.
-Como cuando ibas a buscarme al colegio, ¿recuerdas, Oscar?
Trabajé todo el día y, a las 12, Oscar llegó al despacho y me dijo:
-¿Tomamos un café? Lo necesito, hay un trabajo excesivo.
-Todo marcha divinamente- le dije, aceptando el café.
Y nos sentamos a la mesa, uno frente al otro, mientras tomábamos el café que habíamos extraído de una máquina que papá había colocado en el despacho.
-¿Sabes, Oscar? Era más feliz cuando no tenía nada y trabajaba menos.
-Para ti fue fácil estudiar, a mí me costó mucho llegar aquí. Además, tengo que ir a clases, no termino hasta junio.
-¿Vamos a seguir ahí?
-¿Cómo, Annie?
-Pues como una pareja absurda.
-No somos absurdos, ya verás que lograremos lo que pretendemos.
-Tú ya sabes lo que pretendes, pero ¿y yo? Me está entrando el gusanillo…
-No. Eso es porque me viste pegarle a Juan y pensaste como las jovencitas. Pero yo no entiendo de machismos. Así que ahora tomemos el café y hablemos de las cuentas que tu padre nos puso sobre la mesa, hay cierto retraso. Tu padre anda por ahí y sabe bien lo que hace, pero tú y yo tenemos el deber de saberlo también.
Terminábamos de tomar el café y Oscar me asió por el brazo. Me mira de cerca, sin soltarme. Era bonito aquel juego amoroso.
Por la noche, cuando nos hallábamos sentados a la mesa, papá nos preguntó:
-¿Qué pasó con Juan? Me han dicho que iba muy castigado.
-Tuve que pegarle –dijo Oscar- y no ha vuelto a molestar.
Yo dije de repente:
-Pero volverá.
-¿Cómo es que lo vas a llamar?
-No, pero al saber que tienes mucho dinero, no querrá soltarlo fácilmente.
-No lo tendrá- dijo papá.
-Sí, estoy oyendo.
-¿Crees que volverá?
-No, no lo creo, es cobarde y no tiene ninguna dignidad. Lo que no comprendo es como Annie pudo amarlo tanto tiempo.
-No lo amé- dije con mucho brío.
-¿Entonces por qué lo aguantaste?
-Pues no lo sé, porque estábamos en Madrid. El estudiaba en la facultad.
-¿Qué estudiaba?
-Primer año de derecho.
-¿Y el segundo?
-Nunca lo hizo.
-Es curioso. ¿Cómo puede pretender un hombre que lo mantenga una mujer? –dijo papá con el rostro serio.
Me retiré pronto porque estaba cansada de esa conversación.
-Papá, estoy casada con Oscar, y aunque Juan venga, no me importa.
Me fui, pero me quedé en la escalera, porque quería escuchar lo que hablaban.
Y, en efecto, papá le dijo a Oscar.
-¿Qué pasa en tu matrimonio, Oscar?
No tienes apuro por subir por tu mujer.
-Voy ahora.
-Oye, ¿qué te dijo Juan?
-¿Para qué quieres hablar de eso? No me gusta hablar de ese tipo. Se llevó una paliza y se acabó. Me retiro, buenas noches.
Me fui rápida al cuarto y cuando Oscar entró, me miró y me dijo:
-Eres una chismosa, estabas oyendo nuestra conversación, ¿verdad?
-Tienen mucha confianza, ¿eh?
-Ten cuidado, tu padre es muy listo y se está percatando de que algo no está correcto entre nosotros.
-¿Y qué me dices con eso?
-No pretendo decirte nada, pero lo normal es que pienses en ello.
-Quien tiene que pensar eres tú. Yo estoy dispuesta a hacer efectivo este matrimonio, el que se niega, eres tú.
-No recibo caridades, Annie, lo sabes desde siempre. El día que me ames también lo sabrás.
-Oye, ¿no aceptas el sexo sin amor?
-No. Cuando solo quise sexo, fui a buscarlo, y contigo necesito ambas cosas, y si no, terminaremos divorciándonos.
-¿Me amenazas, Oscar?
Oscar sonrió con tibieza, me pasó la mano por el rostro y me dijo en voz baja:
-¿Quieres que te bese otra vez?
Como no le contesté, giró en redondo y se fue. Lo sentí bajar la escalera…
Entré en el baño. Me duché y, con el ruido del agua, no sentí que se abría la puerta de la habitación. Por eso, secándome el cuerpo con la toalla, y todavía sin ponerme la bata, aparecí en el cuarto.
Me quedé paralizada. Me cubrí como pude y Oscar me miró intensamente.
Me dio vergüenza. Por primera vez en mi vida sentí vergüenza ante su mirada. Lo vi de otra manera, muy masculino, incluso muy atractivo. Sentí como si mis terminaciones nerviosas saltaran por su cuerpo.
Oscar no dijo ni palabra, se acercó a mí, me quitó la bata de las manos y me ayudó a ponérmela como Dios manda.
La vergüenza entonces subió de tono. Como al descuido deslizó sus dedos hacia mi escote y me acarició con suavidad. Sentí que mi cuerpo se estremecía.
Oscar, silenciosamente, me sujetó la cara con sus dos manos y me besó en la boca muy largamente, y volvió a meter la mano entre la bata y mi cuerpo.
Yo estaba a punto de apretarme contra él. Cuando estaba dispuesta a hacerlo, él me soltó y me dijo:
-Dormiré en el cuarto de los invitados, Aniñe. Buenas noches.
Y se fue.
Sentí sus pasos cuando se alejaba. Pisaba muy fuerte. Me quedé muy quieta, pero después me senté en el borde de la cama.
Tenía ganas de llorar. ¿Deseaba a Oscar? ¿Estaba enamorada de él? ¿Lo había estado siempre? No lo sabía. O tal vez no quería saberlo.
Era un hombre dulce, cálido y cercano, de esos hombres respetuosos que se sienten completamente atraídos, pero no quieren romper la barrera de lo imposible. Para mí, Oscar ya no era un imposible.
Tomé una pastilla para dormir. Era una de las pocas veces que lo hacía en toda mi vida. Soñé con Oscar, soñé que me poseía.
Al día siguiente era domingo y no me levanté temprano, pese a que los grandes almacenes se abrían los domingos. Oscar y yo teníamos que ir.
El sol era una maravilla y le mar estaba de un azul transparente y limpio. Me apetecía irme a navegar. moto
No sé en qué momento apareció Oscar ya vestido con un pantalón blanco y un pulóver de cuello en pico. Parecía más joven.
-¿Qué te parece el día? –me dio por todo saludo.
-Me está apeteciendo navegar…
-Hecho. Traeré el yate hasta aquí. Baja por el embarcadero.
-Tendré que desayunar. ¿Tú ya lo has hecho, Oscar?
-Sí, tu madre me sirvió.
De repente, pensé que debía de quererla mucho. Y se lo pregunté:
-A mi madre la quieres como si fuera la tuya, ¿verdad?
-Aún más. Porque si fuera mi madre biológica estaría obligada a quererme, pero sin estarlo, no está forzada a nada. La quiero muchísimo, por eso no quiero que note nuestra indiferencia.
-Oye, Oscar, no siento ninguna indiferencia hacia ti –grité.
-No grites –y me empujó hasta el cuarto- ¿Por qué hablas tan alto?
-Porque me sacas de quicio. Antes no eras así, Oscar.
-Escucha, Annie, ahora eres mi esposa. Me casé contigo por una razón. ¿Sabes? Me gusta besarte, Annie.
-Pues hazlo. Me gustan tus besos.
-¿De verdad, de verdad?
Sí, nadie me ha besado como tú. Con cariño, con suavidad, con amor… me gustan tus besos, Oscar. Tengo confianza contigo para decírtelo francamente.
Me asió por la cintura y me besó en los labios. Estuvo así mucho rato, jugaba con mi cara y después me soltó. Yo le dije:
-¿Por qué dejas de besarme?
Porque no soy de hierro – y se fue.
Me vestí con rapidez y bajé a desayunar. Mamá me dijo:
-¿Pero a dónde vas?
-A navegar con Oscar.
-Ah, muy bien. Por eso se fue al embarcadero. Está preparando el motor.
Desde el ventanal podía verlo. Efectivamente, los marineros ya estaban en el barco y vi en el puente a Oscar, erguido. Después de desayunar, subí a mi habitación para verlo mejor. El me hizo una seña para indicarme que bajara. Pero antes quería escribir en mi diario esto que voy a señalar. Yo deseaba a Oscar, cada vez que me tocaba, las mariposas daban vueltas por mi estomago. Me preguntaba constantemente, ¿lo había querido siempre? Con Oscar todo era distinto y, por supuesto, muy auténtico.
Esa noche iba a pedirle que se acostara a mi lado, ¿por qué no? Aunque yo, pensándolo bien, ya se lo había pedido. El mismo día que nos casamos se lo había pedido, pero Oscar era un hombre terco y muy digno.
Tomé la bolsa de playa y salí por el jardín, bajando las escaleras.
-Puedes ponerte en traje de baño – me dijo cuando subía al barco-. Los marineros están al otro extremo. Aquí podrás tomar el sol muy tranquila.
-¿Y tú, qué vas a hacer?
-Pues llevar el barco hasta el alta mar y ahí me tiraré al agua.
-¿Eres buen nadador?
-Sí, y me encanta hacerlo en alta mar. Y si puedo bañarme sin ropa, aún mejor.
Pues por mí no dejes de hacerlo.
-¿También te bañarás desnuda?
-No.
-Pues yo tampoco.
Y se acostó junto a mí.
Pasó un rato y le pregunté de repente:
-¿Nos bañamos?
-Sí.
Ambos nos tiraos de cabeza y nadamos un poco. De repente, Oscar me tomó en sus brazos y me besó.
-¿Sabes, Oscar? – le dije en voz baja, sin dejar de estar en sus brazos-. Me gusta que me abraces. ¿Por qué te niegas a vivir el matrimonio como Dios manda?
-No te aflijas, nos queda mucho tiempo. Y, además, quiero tener hijos.
-¿Cuántos, Oscar?
No sé, los que Dios nos dé.
-Pero los hijos no se hacen solos.
-Lo sé, lo sé – y me soltó.
Estaba convencida de que lo amaba y se lo iba a decir. No tenía por qué callarme algo tan natural. Las mujeres – decía papá con frecuencia – ahora son como si fueran hombres, pues toman la iniciativa…
Cuando estuvimos en cubierta, no secamos con la toalla. El me dijo:
-Deja, yo te seco.
Yo ya sabía lo que iba a ocurrir.
Empezó a secarme con lentitud. Yo le dije volviendo la cabeza hacia atrás.
-Oye, no hace falta que disimules.
-¿Qué dices?
-Que ya sé que estás cansado y no te apetece para nada tocarme…
Casi me hizo daño porque me tocó de verdad. Yo quedé pegada a su pecho, estaba de espaldas a él. Oscar no me soltó. Casi desnudos como estábamos, puesto que solo llevábamos el traje de baño, lo sentía palpitar junto a mí y me besaba en el cuello.
-¿Quieres que bajemos al camarote?
-¡No! – me asusté -. Allí no, por favor, pueden escucharnos los marineros.
-No me hagas caso, fue una salida de tono, como tengo tantas…
Nos sentamos aún húmedos en cubierta. Yo encogí las piernas, el se quedó estirado en la hamaca. Agarré las rodillas con las dos manos e incliné la cabeza sobre ellas. Estaba muy cerca de Oscar.
-Oye, Oscar – le pregunté - , ¿te acuerdas de tu madre? Ella murió aquí…
- Lo sé, yo tenía 8 años, aun lo recuerdo y lloré, lloré mucho. Pero eso no tiene nada que ver. El hecho de ser hijo de mi madre, y que al morir ésta me hubieran cuidado los tuyos, para mí fue más que suficiente. Siempre les estaré agradecido. Decía Sócrates que ser malagradecido, es ser mal nacido. Yo no quiero ser como Juan.
- ¿Por qué te acuerdas de Juan? ¿Es que te molesta? ¿Le tienes celos?
- No, y le romperé la cara si habla de tu embarazo. Es algo que tengo muy fijo en mi mente, Annie.
-Estás celoso, Oscar.
-Bueno, ¿y si lo estuviera?
-Pues no lo entiendo. Estoy a tu alcance y me ignoras.
-Cuando me ofrecí yo no sabía que tu hijo se iba a malograr, pero ahora que ya no hay niño y no me necesitas, tal vez un día cualquiera pida el divorcio.
-¿Harás eso?
-Lo estoy pensando…
Me levanté y me fui. Me fui al camarote, no me daba la gana de estar junto a él, si estaba siendo tan cruel conmigo.
Apareció casi enseguida, yo ya me había vestido pese a todo. Me había puesto un pantalón banco y una camiseta., y él también se había vestido.
-Te diré una cosa, Oscar – exclamé al verlo - . No se te ocurra jugar conmigo. Mis estudios han sido arduos, muy duros y he tratado a los hombres. No me asusta el dolor ni el enfrentamiento con la realidad, de modo que ten cuidado, no vuelvas a mencionar la palabra “divorcio”, porque si lo haces, yo misma seré la que lo solicite.
-Vamos, Aniñe, no seas tonta – y me pasaba la mano por el rostro.
Se la retiré de un manotazo. Entonces me tomó por los hombros y me sujetó.
No sé si quise escapar o no, pero el caso es que estaba a gusto allí sujeta. Necesitaba que me abrazara, incluso que me dominara… me besó en la nariz, en el cuello y en la boca, luego me dijo al oído:
-Nunca podría ya vivir sin ti. Si te hubieras casado con Juan me hubiera muerto de pena y hubiera dejado Villasol. Yo no estoy dispuesto a ningún divorcio. Lo digo porque me da rabia quererte tanto.
-Pero no duermes a mi lado.
-Un día cualquiera tendré que hacerlo, porque no voy a aguantarlo.
-¿Ahora?
-No, ahora no – dijo él.
Y me soltó. De nuevo lo hacía como escapando y empecé a entenderlo.
Aquella tarde, cuando llegamos a casa, mamá nos dijo:
-Están invitados a casa de los Flores. Dan una fiesta y Lili dijo que llevaran ropa de dormir, para que se queden allí.
-¿Querrá Oscar?
-Pregúntaselo.
No se lo pregunté. Tomé su ropa y le dije cuando lo vi llegar:
-Nos invitan los Flores. Dan una fiesta esta noche…
-Si hay mucha gente – dijo mi padre desde el otro lado del salón – váyanse a nuestro apartamento, está muy cerca de la casa de lo Flores. Se me ocurrió comprarlo y amueblarlo un día que me lo ofrecieron y me quedé con él.
Miré a Oscar, pero éste no me miraba.
-Váyanse – dijo papá.
Y eso fue lo que hicimos.
La fiesta era multitudinaria y ruidosa. Como todas las de Carlos Flores. Era amigo íntimo de Oscar. Lili, su mujer, era una chica encantadora, y muy amiga mía.
-Te casaste con Oscar… es un encanto. Carlos siempre me lo había dicho, que es noble, sincero y muy afectuoso.
-Sí, muy afectuoso.
-Oye, ¿y qué fue de Juan?
Le conté la verdad.
-¿Y crees que se callará?
-No lo sé, pero tengo miedo de que Oscar lo oiga y le rompa la cara.
-Oye, cada vez viene más gente, no sé si podré acomodarlos a todos.
-No te preocupes, Oscar y yo tenemos un refugio por aquí cerca.
-¿De verdad?
-Sí, mi padre compró aquí a lado una casa. Se volvió. Estaba vestido de etiqueta. Parecía un actor de cine.
-¿Qué deseas?
-Verás, estoy cansada y quiero irme.
-¿Es que no nos quedaremos aquí?
-No tienen sitio.
Carlos acudió enseguida a disculparse. Yo estaba encantada de la vida, aunque no lo pareciera, y nos fuimos.
-¿Qué harás esta noche? ¿Dormir en un sofá, Oscar?
-No – me dijo muy serio -. Esta noche dormiré contigo
-¿De verdad?
Sí, Annie, y lo haré porque te mueres por mí. Lo sé.
-Eres un engreído.
Ya abría la puerta y entramos ambos. Dimos un vistazo y llegamos a una habitación. Había una ancha cama, la habitación estaba decorada con sencillez, pero nos gustó.
Oscar me dijo mil cosas, me acarició cada vez que hablaba. Le dije al oído:
-Es cierto, Oscar, te adoro. Eres lo más grande en mi vida.
Fue una noche emocionante. Aprendí a ser mujer aquel día, me olvidé de todo, de Juan, del hijo perdido, de la facultad, incluso del despacho de mi padre. Solo existía Oscar. Amanecía cuando Oscar aún murmuraba en mi oído
-¿Te ha gustado?
-Me ha parecido maravilloso, Oscar. Pero estoy cansada y quiero dormir.
-Apóyate en mi pecho – dijo de él.
Miré a Oscar con ternura y le pasé los dedos por el pelo.
-Oscar – le dije - , creo que te he querido toda mi vida.
-Yo te he querido siempre. Te amaba como un hombre cuando venías de vacaciones y te ibas con tus amigos. A veces lloraba a solas, sin esperanza, ¿sabes?
Yo le pasaba las manos por la cara y él me abrazaba con fuerza. No aparecimos en la casa hasta las seis de la tarde.
-Qué pálida estás – me dijo mamá - . ¿Sabes? Juan vino a verte. Dijo que volvería. Ah, tu padre está en el centro comercial y dijo que los esperaba allí, que los invitaba a comer en un restaurante. Oye, Oscar – dijo añadiendo - , tú también tienes pinta de haber tomado más de la cuenta. Parece que disfrutaron mucho ayer, ¿eh?
- Ya sabes mamá, en esas fiestas…
Subimos al auto y nos dirigimos al centro comercial. Lo primero que vimos al llegar fue a Juan. Se acercó a nosotros.
-Los felicito – dijo Juan -.
-Gracias – dijo Oscar.
Y siguió adelante. Me quedé parada.
-Ya no tengo nada que decirte – dijo Juan -. Se nota que estás loca por él. Un hombre enamorado siempre sabe si su amor se enamora de otro. Te perdí por tonto.
-¿Qué querías? ¿Deseabas algo?
-No, claro que no. Venía a ver si podíamos reanudar nuestras relaciones, pero veo que ya es muy tarde.
-Sí, estoy enamorada de Oscar.
Unos meses después, quedé embarazada, fue una alegría verdadera para todos en casa. Recuerdo que Oscar me agarró por la cintura y me levantó en el aire.
-No hagas eso – le dije yo -, recuerda que ya perdí al primero.
-Verás que esta vez no ocurrirá.
Y en efecto, no ocurrió. Tuve un niño precioso. Le pusimos Daniel, como el padre difunto de Oscar. Enseguida tuvimos una niña, y le pusimos como mamá: María.
Por las noches, cuando los llevábamos a la cama, los veíamos en la cunita y nos emocionábamos como dos chiquillos.
Oscar, ya en nuestro cuarto, en la cama, solía decirme amoroso:
-No quiero que te deformes, eres demasiado bella.
Yo era alta, esbelta, rubia, de ojos verdes y una boca de beso, según me decía él. Siempre me llamaba “princesa”.
Me sentía tan querida, que a veces, solo de pensarlo, me emocionaba y me saltaban las mariposas en el estómago…
Tuve a mi tercer hijo, y cuando Oscar me vio, yo tenía al niño en brazos. Le puse Roberto, como papá. Oscar me dijo:
-Nos quedaremos con tres hijos, Annie. Quiero que disfrutemos de nuestro amor.

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